No debo mentir. Una huella terrible me persigue de a ratos.
Hace días que se me abalanza la náusea. Ese desgarramiento en el centro del pecho que hiere más que el dolor. Que cuando lo sientes, tu cuerpo se retuerce de angustia; que es imposible obviar.
Cuando observas tu vientre perforado, rajado, suturado, es inevitable percibirlo como algo ajeno a tu cuerpo, y la sensación de otredad hacia el propio cuerpo es el horror en su modo absoluto.
A veces me acorrala la náusea en los momentos más inesperados, y todavía no sé el motivo. Hacía años que no la experimentaba. Puede ser por la otredad, puede ser por la huella de todo el dolor reciente.
O lo que es lo mismo, yo creo que son los restos de la contigüidad de la muerte.
Pero hoy algo ha hecho un "click". Comenzaré una reflexión tras releer mis propias palabras pasadas.
Verdaderamente me sorprendo conmigo misma. En poco tiempo he conocido más de lo que jamás supe. Hoy leo la entrada anterior a esta y me admiro de una forma sincera y honesta. A día de hoy, la última frase encierra la valentía y la fuerza que jamás sospeché en mí.
Y de pronto brota un homenaje nada narcisista y muy necesario, donde el comienzo prometido sobreviene espléndido y brillante. Por fin, atrás quedaron sombras, palabras e imágenes veloces y confusas, llenas de miedo, inseguridad y frío. El comienzo ha llegado antes de lo que imaginé hace un mes, pero más hermoso.
¿Vencerá el comienzo a la náusea?
¿Es ya el tiempo de la victoria?