lunes, 14 de febrero de 2011

Valiente no se atreve a salir.

Qué pena, pobre pequeño monstruito.

Es el más avaricioso, egoísta y falso del lugar.

La humanidad lo adora, pero es despreciable y falso.
Pero la humanidad lo adora y, entonces, todo está bien.

Aunque sea falso y malvado hace feliz a la gente. Y basta.

Viva Valiente.

Pero no se atreve a salir, ¿por qué?
Es que la gente se ha olvidado de que es cobarde, paradójico al nombre.

A mí me da un no sé qué cuando lo veo por la calle, un qué sé yo.
Un poco de asquito. Es porque lo he calado y, cuando calo, calo.

Es que es un poco bestia. No sabe mirar al cielo ni sabe cerrar los ojos y ver.
Sólo sabe tragar chocolate como un cerdo o visitar un puticlub.
O irse a una discoteca a bailar y a mojar en el baño de mujeres.

No puede moverse sin caminar ni puede enamorarse, aunque sea por unos segundos.
No puede besar con los ojos cerrados. No sabe coger un bebé en brazos y llorar, porque no tiene lacrimales.

Él pisa fuerte, como un valiente. Pero se acobarda a la primera de cambio, le gustan las faldas y los ojos muy pintados, de esos que el rabillo del ojo se prolonga de pintura negra hasta casi la altura de la ceja.

Es terrible ver lo despreciable que es y cómo la gente lo adora. Y, mientras lo hace, es feliz.
Aunque no se merezca ser adorado, la gente sí se merece ser feliz.

Viva Valiente.




Los amantes, Magritte.
(O lo opuesto a Valiente).


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